miércoles, 31 de diciembre de 2008

Reseña: Penthouse Enero

Penthouse Enero 2009
El Penthouse de Enero saluda el 2009 con Audrey en su portada, una espectacular modelo de generosos pechos.
En su interior podemos encontrar las habituales secciones para el hombre como motor, bazar, viajes, una entrevista con Manuel Gutierrez Aragón, un reportaje sobre cráteres sagrados, cine y salud y deporte.

Penthouse Enero 2009
Entrando ya en materia, como decíamos al principio, las páginas centrales están ocupadas por Audrey, que ha decidido dedicarse al porno. tenemos la sección el Arte del Desnudo con fotos de Brett Bereny, reportaje fotográfico de Krystina, una joven checa que emigró a EEUU y ya algo más subido de tono, un foto relato de carácter lésbico.

En la sección En la cama con entrevistan a la actriz porno Gianna MIchaels, neumática toda ella y en la Zona prohibida ya encontramos una escena Hard, un trio con estética sado.

Relato erótico: Amor

Me enredé en la verdad de tus palabras. Debí dejarte marchar. No hicimos solo lo que nuestro amor nos obligaba, fuimos tan lejos como la vida que se vive sin pensar.

Amor… cuantas veces te nombraré y cuantas te maldeciré. Odiamos lo que no controlamos. Y yo te odio. Como solo se puede odiar a lo que más quieres.

Allí estabas. Con tus pechos tan firmes como rocas (asideros de la soledad). Fue nuestra última vez… quizás la primera de una nueva era de angustia. Sin mediar palabra me miraste a los ojos, me cogiste del pelo y decidiste mi suerte. Como siempre.

Siempre eres tu la que marcas los tiempos, la que impides que viva. Cuando me empujaste contra la pared y machacaste mi cara contra el suelo, supe que otra vez estabas al límite. Sin dejar de presionar mi cara, te subiste a horcajadas en mi espalda. La saliva que brotaba de tus labios me llenaba los ojos y la boca. Me escupiste sin clemencia, mientras gritabas maldiciones de eterno desconsuelo. Pude cogerme a las patas de la silla. El castigo se asume mejor si te aferras a algo sólido. Mientras me insultabas, tu mano ya había logrado desabrochar mi cinturón el arma perfecta para desahogar las pasiones retenidas. Empezaste con mi cara. La espalda se me despellejó al noveno golpe hiriente. Decidiste trabajarme el culo. Es con lo que más disfrutas.

Liberaste mis nalgas. Un blanco de desconsuelos ahora inmaculado, ahora penetrado. Cogiste aliento y tensaste los músculos. Los azotes permitieron que la palidez de mi rosada piel dejara paso al púrpura de los capilares reventados. Cada lacerante latigazo explotaba en una descarga eléctrica que me atravesaba cuerpo. “¡No soy yo!” decías mientras te salpicaba la sangre. En ese momento perdí el conocimiento por vez primera. Lo recobré cuando sentí otra vez tus jadeos. Creo que no eres normal.

Normal, me refiero, como aquella novia que tuve hace tiempo. Una de esas chicas que tardan en arreglarse más que su novio, que habla por teléfono sin parar de cosas intrascendentes, que compra zapatos compulsivamente y éstos nunca tienen 15 cm de tacón de aguja puntiaguda. Normal como las novias que te dicen NO cuando quieres follar y te follan como perras cuando entienden que se les acaba el tiempo. Tú no eres como el resto de las chicas.

A veces, cuando intento comprender el por qué de las cosas, me doy cuenta de lo fácil que es concebir las soledades colectivas y la ansiedad del fracaso. Todo se acaba con una masturbación. O todo empieza. Todo gira en el tiovivo de la vida y todos saben cual es final del camino cuando nos montamos: el principio infinito. Cuando veo esas caras extasiadas, cuando repito una y mil veces en el ordenador los videos porno ordenados por fechas de bajada, me lleno de vida seca, soñada como realidad, vivida como soledad.

No importa lo que la chica esté recibiendo por cualquiera de sus agujeros, una, dos, tres pollas a la vez por el culo y por el coño. No importa si un puño de camionero marica se enfunda en el culo de un perro atado y con calcetines. No importa si catorce litros de semen con grumos se ingieren sin respirar mientras caen de las probetas cristalinas que los encierran. No importa si los niños ya no lo son. Ya no importa. Porque en tu mente solo está la angustia que te pide más, pero te impide que termines rápido, porque necesita atarte a su vicio, a cualquier vicio.



Pienso en esto, mientras despierto otra vez con la espalda destrozada, las manos atadas y el culo a tu merced. Sé que voy a sufrir. Lo sé.

En la cocina solo encontraste cuchillos y fruta demasiado madura. Te trajiste los cuchillos. En tu ceguera, tan solo viste un paraguas de los antiguos, con el pico de madera. Mientras me hacías cortes superficiales con el cuchillo afilado, hablabas de tus cosas. De lo de siempre, de cómo otra vez te han vuelto a humillar en la vida. Todas tus amigas te han ido dejando, si es que alguna vez las tuviste. Tu envidia y la falta de empatía, te hacen llegar al insulto hiriente demasiado fácil. La gente no te quiere joder, pero tú logras recolectar el odio de cuantos se te acercan. Y ese odio es el que alimenta tu ira.

Mi esfínter ya no se parece a nada que tenga que ver con un esfínter. Aunque me escupiste con sarna, el pico del paraguas astillado desgarró lo que encontraba a su paso. Cogido con las dos manos, le aplicaste una fuerza y un compás que me hizo aullar como un lobo estepario solitario, herido. El flujo manaba por mis muslos y encharcaba el suelo. Sólo cuando abriste el paraguas con la mitad dentro de mí, supe cómo me sentiría al perderte. Y hoy, te he perdido.

Hemos estado cuatro años juntos. Al principio, con humillarme tenías suficiente. Yo te seguía por detrás, a dos pasos de distancia. Delante de tus padres me gritaste la primera vez. Me dijiste que era un imbécil. Y ellos lo asumieron. Sabían lo que habían creado con su ignorancia. Supernany no había nacido cuando a ti te dejaban atar a tus hermanos y te reían la gracia. Cuando les gritabas a tus padres y les pegabas, y ellos te daban la razón. No podían decirle que NO a su hijita. No podían. Y crearon un monstruo. Y ahora miran para otro lado, porque el reflejo en el espejo de los hijos es un doble reflejo, que mata doble.

Ya no lo siento. La morfina ha calmado los interminables estertores que me hacían desvanecer por momentos. Ya has vuelto. A la vida de los otros. Y tu botiquín de emergencia, que tantas veces me ha salvado la vida, se enfrenta hoy a su mayor desafío. Gasas para detener la hemorragia, pinzas para extraer las astillas del esfínter, hilo y aguja para coser a punto de cruz desgarros internos de imposible acceso. No hay solución. Pero tú siempre tienes morfina. Y eso me calma. Y me lleva despacio en mi camino hacia la luz.

Has sido mi compañera de viaje y siempre has llevado el volante. En el día de hoy, el golpe ha sido mortal para mí y se que lo será también para ti. Te quiero. Y es mi vida lo que te entrego. Mientras me coses, te inyectas una dosis de morfina. La aguja te atraviesa la vena y descargas la droga que conoce el camino al paraíso.

Ya llegamos amor, ¿lo ves? Me gusta que me lleves así, despacio, flotando en un mar de nubes de colores tristes. Ya llegamos. Dame la mano.
Hoy descansaremos por fin, al final del inicio de nuestro viaje.
Hoy nos estamos muriendo. Te quiero amor.

Por Kepa