jueves, 11 de febrero de 2010

69 historias de deseo



El volumen que recoge estas obras de arte, bajo el subtítulo de “Un museo del imaginario erótico” (Editorial Electa), encadena con una edición exquisita una retahíla de escenas que se mueven entre dos polos complementarios y opuestos a la vez: enseñar y ocultar, pero siempre con el deleite visual como motivo principal. Aunque hay obras de todas las épocas, el autor ha huido del corsé de una cronología férrea, además de incorporar obras de distintos géneros (hay escenas religiosas y profanas) y soportes, desde lienzos hasta fotografías, pasando por grabados, esculturas y cerámicas, que muestran la inspiración constante en la pasión por disfrutar del cuerpo humano. Cada imagen, muchas veces maquetadas a sangre, va acompañada de un pequeño texto.

El autor elige para comenzar una vasija griega del siglo VI a.C., en la que se representa una explícita orgía con sexo oral y anal entre hombres. Luego se hace una pregunta: “¿Gozaban los griegos y romanos de más libertad sexual que nosotros?", para, a continuación desmontar el mito que se crea en la mente al observar los órganos genitales sin tapujos. No obstante, en Roma no estaban mal vistas las relaciones homosexuales, aunque se criticaba el papel “pasivo” de tales relaciones, como mostraba Catulo en algunos de sus poemas. Para apreciar esa pasión por el sexo del mundo romano no hay más que darse un paseo por los frescos del lupanar de Pompeya. De los pompeyanos el autor ha escogido una Invocación a Príapo (79 a.C), hijo fruto de una juerga entre Dioniso y Afrodita, que atraía la buena suerte con su enorme falo en constante erección, “símbolo de fecundidad”, y sonrisa bonachona. Este tipo de obras muchas veces solamente lo podían ver algunos privilegiados, como la escultura del dios Pan copulando con una cabra (79 a.C), que se encuentra en el “gabinete secreto” del Museo Arqueológico de Nápoles, con obras que siempre han alentado la imaginación y el deseo por conocer “lo prohibido”.


Del infierno de El Bosco al "baño turco" de Ingres
Tras el triunfo del cristianismo, los dioses paganos siguieron dando rienda suelta, a hurtadillas, a sus pasiones desenfrenadas, pero tuvieron que esperar un tiempo para su destape. En Les larmes d´ Éros, George Bataille, libro inspirador de la reciente exposición sobre el erotismo del Museo Thyssen, escribió: “La Edad Media puso en su lugar al erotismo en la pintura: ¡lo relegó al infierno!”. Y en el infierno continúa en El Jardín de las Delicias (1517), inmenso tríptico de El Bosco, que detalla todo un repertorio de “perversiones” como para perderse buscándolos todos con miradas indiscretas en el Museo del Prado. Salvador Dalí bebió directamente de esta fuente inagotable de inspiración y parece ser que también el autor del libro, puesto que no escatima en detalles.


En el Renacimiento vuelve la exaltación del cuerpo humano en todo su esplendor. Los poderosos cuerpos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, cuyos atributos estuvieron tapados mucho tiempo, son buena muestra de ello. Y, después, en el Barroco la voluptuosidad se desboca: los estímulos visuales de las poderosas carnes de Rubens pueden acompañar perfectamente a la fascinante Venus del espejo(1651) de Velázquez. Una leyenda cuenta que Felipe III le espetó al pintor: “Esto es pecado”, a lo que el sevillano le respondió: “Es arte. Si ve pecado quizá el pecado esté en sus ojos y no en el cuadro”. Poco a poco el erotismo se fue refinando, con un gusto representado en el libro por obras de François Boucher y Jean-Honoré Fragonard. No obstante, de esa época destacamos, por “raro”, el dibujo de Jean-Jacques Lequeu, "Y nosotras también seremos madres, porque...” (1793), que muestra una monja descubriendo un pecho. Una imagen que, según el autor, “deriva del afán cristiano de convertir en tabú todo deseo sexual”. Amén.


El cuerpo femenino, "ese pecado"
Y luego llega el “bendito” siglo XIX, que en el libro cuenta con un buen repertorio de imágenes, como El baño turco (1865) de Ingres, todo un repertorio de desnudos femeninos en un lienzo con forma ovalada, que nos remite a las fantasías placenteras del “voyeur”. Este siglo elevó a la mujer a los altares del erotismo: no hay más que recordar a la Olimpia de Manet, una meretriz que mira desafiante al cuadro, o los cuadros del Simbolismo, que ofrecieron una visión de la mujer como “portadora del mal” (del pecado). Los ojos viciados de la historia del arte muchas veces la han mostrado como una femme fatale, “peligrosa y atractiva por ser libre”, como afirma Erika Bornay en su obra "Las hijas de Lilith". El libro de Traimond recoge alguna obra de dos autores que rellenaron cuadernos y cuadernos con multitud de escenas eróticas y sexuales, como Felicien Rops o Aubrey Beardsley. También al alemán Franz von Stuck le “encantaba representar la ecuación cristiana ‘pecado=sexo=falo=serpiente’".  No obstante, la escena más impactante de esta época es el primer plano, realista e impresionante, de la vagina que realiza Gustav Courbet, que titula El origen del mundo (1866). Aunque también en el libro se recogen escenas menos explícitas y con una sensualidad más delicada, como una de Gustav Klimt o algunas escenas de los pintores prerrafaelitas ingleses.


El erotismo del siglo pasado
En el siglo XX, el siglo en el que la mitología acabó desapareciendo como motivo clave de la creación artística, algunos autores como Picasso siguieron reinterpretando las andanzas amorosas de personajes mitológicos, como Dora y el minotauro (1936), una exquisita reinterpretación del momento en el que el poderoso minotauro aborda a la frágil Dora: lo pinta sin sexo. Como afirma el autor “En la España de la época, el sexo rebaja al hombre al rango del animal, la virilidad del hombre se ve constantemente comparada a la del toro. Si el hombre, en tanto que macho, debe ascender hasta el toro, en tanto que católico no puede rebajarse hasta el toro”.


También tiene un hueco el mundo "misterioso" de Balthus (La habitación, 1942) pintor al que se le criticó la inclusión de mujeres jóvenes en sus lienzos, al más puro estilo de la "Lolita" de Nabokov, algolo que Molina Foix calificó de "el culto misterioso de las niñas". El pintor afirmó, al estilo de la respuesta de Velázquez, "las niñas para mí son sencillamente ángeles y en tal sentido su inocente impudor propio de la infancia. Lo morboso se encuentra en otro lado". Balthus buscaba la pureza en su obra.


En “69 historias de deseo” también tiene cabida la experiencia dadaísta de Duchamp, los equívocos surreales de René Magritte, el Pop Art de Tom Wesselmann e incluso una pequeña parada por el cómic japonés (sin tener en cuenta los cómics pornográficos). Y hay hueco para la abstracción, aunque Georgia O´Keeffe siempre ha negado que “pintara flores clítorídeas, acantilados vaginales y meandros peniales” (es decir, una geografía genital), según el autor. Por otra parte, Traimond no ha dejado de lado las escenas de sexo entre mujeres como la exposición del Thyssen, además de alguna otra escena homosexual, curiosamente mitológica: La muerte de Jacinto, el único hombre entre el inmenso harén del dios Zeus.  Y sobre el erotismo transexual, habla sobre una obra de Pierre Molinier, El Chaman (1970). En definitiva, lejos de la anécdota sexual del título, la obra es un paseo visual muy evocador e imprescindible por el arte erótico occidental.

Fuente: Terra

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